SOLILOQUIOS AMOROSOS DE UN ALMA A DIOS

 

 

 

 

Soliloquios amorosos de un alma a Dios es un libro poco conocido de Lope de Vega y hasta ahora poco estudiado.

En 1612 se publican, en forma de folleto, los Cuatro Soliloquios de Lope de Vega Carpio. Llanto y lágrimas que hizo arrodillado delante de un crucifijo pidiendo a Dios perdón de sus pecados después de haber recibido el hábito de la Tercera Orden de Penitencia del Seráfico Francisco. Es obra importantísima para cualquier pecador que quisiese apartarse de sus vicios y comenzar vida nueva. Catorce años después, en 1626, salen de nuevo a luz estos soliloquios, aumentados hasta el número de siete, bajo el título de Soliloquios amorosos de una alma a Dios.

Mezcla de fervor religioso y amoroso consta de un prólogo largo, una introducción en versos, siete “soliloquios” y acaba con una versión del Ave María Stella en castellano, cien jaculatorias a Cristo, en prosa y una versión castellana del Stabat Mater.

            Cada “soliloquio” consta de una serie de veinte redondillas con su amplio comentario en prosa.

            Se trata de una oración fervorosa en la que el alma se dirige a Dios, con deseo de acercamiento, para manifestarle su amor y arrepentimiento. A pesar de que contiene elementos de la espiritualidad agustiniana, este texto se aparta de los Soliloquios de san Agustín por la pasión que le mueve. En los versos de Lope se usan los recursos típicos de la lírica del Siglo de Oro, y dice mucho con poco. Como cuando alude al mito de Cupido (el amor con flecha) contraponiéndolo a Cristo (el amor con lanza) …que a otros pintan con flecha, y a vos os pintan con lanza.

            Hay dos tipos de soliloquios, el de san Agustín, posteriormente seguido por san Buenaventura, donde preguntas y respuestas hacen más asequible el cuestionamiento teológico. Y por otra parte está el tipo de soliloquio como fervoroso monólogo poético, con sus orígenes conocidos en el Liber Soliloquiorum animae ad Deum, anónimo medieval, que data del siglo XIII, con mucha probabilidad base de los de Lope.

Lope no se presenta como el autor sino como el traductor del latín al español de estos Soliloquios amorosos, obra cuya composición atribuye a un tal Graviel Padecopeo (anagrama de Lope). Esta indicación aparece desde la misma portada de la obra, en la que está mencionado que fueron “escritos en lengua latina por el muy P.P. Graviel Padecopeo, y en la castellana por F. Lope Félix de Vega Carpio”.

     Os dejamos el texto de los soliloquios tercero, cuarto, sexto y séptimo, que serán los leídos.

 

 

SOLILOQUIO TERCERO

 

Manso Cordero ofendido,

puesto en una Cruz por mi,

que mil veces os vendí,

después que fuisteis vendido.

 

Dadme licencia, Señor,

para que, deshecho en llanto,

pueda en vuestro rostro santo

llorar lágrimas de amor.

 

¿Es posible, vida mía,

que tanto mal os causé,

que os dejé, que os olvidé,

ya que vuestro amor sabía?

 

Tengo por dolor más fuerte,

que el veros muerto por mi,

el saber que os ofendí,

cuando supe vuestra muerte.

 

Que antes que yo la supiera,

tanto dolor os causara,

alguna disculpa hallara,

pero después, no pudiera.

 

¡Ay de mi, que sin razón

pasé la flor de mis años,

en medio de los engaños

de aquella ciega afición!

 

¿Qué de locos desatinos

por mis sentidos pasaron,

mientras que no me miraron,

Sol, vuestros ojos divinos!

 

Lejos anduve de Vos,

hermosura celestial,

lejos, y lleno de mal,

como quien vive sin Dios.

 

Mas no me haber acercado

antes de ahora, sería

ver que seguro os tenía,

porque estábades clavado.

 

Que a fe que si yo supiera

que os podíades huir,

que yo os viniera a seguir,

primero que me perdiera.

 

¡Oh piedad desconocida

de mi loco desconcierto,

que adónde Vos estáis muerto,

esté segura mi vida!

 

¡Pero qué fuera de mi,

si me hubiérades llamado

en medio de mi pecado

al tribunal que ofendí!

 

Bendigo vuestra piedad,

pues me llamáis a que os quiera,

como si de mi tuviera

vuestro amor necesidad.

 

Vida mía, ¿Vos a mi

en qué me habéis menester,

si a Vos os debo mi ser,

cuanto soy, y cuanto fui?

 

¿Para qué puedo importaros,

si soy lo que Vos sabéis?

¿qué necesidad tenéis?

¿qué cielo tengo que daros?

 

 

 

 

¿Qué gloria buscáis aquí?

pues sin Vos, mi bien eterno,

todo parezco un infierno,

¡mirad cómo entráis en mi!

 

Pero ¿quien puede igualar

a vuestro divino amor?

como Vos amáis, Señor,

¿qué Serafín puede amar?

 

Yo os amo, Dios soberano,

no como Vos merecéis,

pero cuanto Vos sabéis

que cabe en sentido humano.

 

Hallo tanto que querer,

y estoy tan tierno por Vos,

que si pudiera ser Dios,

os diera todo mi ser.

 

Toda el alma de Vos llena

me saca de mi, Señor,

dejadme llorar de amor,

como otras veces de pena.

 

 

 

 

SOLILOQUIO CUARTO

 

De mi descuido, Señor,

dicen que tenéis cuidado,

pues si a Dios cuidado he dado,

¿cómo no le tengo amor?

 

Yo pensaba que os amaba,

no más de porque os quería;

quien tales obras hacía,

lejos de amaros estaba.

 

Deciros amores yo,

qué importa en tantos errores,

obras, Señor, son amores,

que buenas palabras, no.

 

¡Ay, Señor, cuando seré

tal como Vos deseáis!

si no os amo, y Vos me amáis,

¿de mi y de Vos, qué diré?

 

Diré de Vos, que sois Dios,

y de mi, que no soy hombre,

que aun no merece este nombre

el que no os conoce a Vos.

 

¡Ay ciegos errores míos!

Abridme, Señor, los ojos,

para ver vuestros enojos,

y entender mis desvaríos.

 

Dadme bien a conocer

lo que va de Vos a mi,

no miréis a lo que fui,

sino a lo que puedo ser.

 

No me escondáis vuestra cara,

Cristo, Juez Soberano,

clavada tenéis la mano,

y a las espaldas la vara.

 

Cuanto mi pecado admira,

templa el ser Vos el remedio,

poned vuestra Cruz en medio

de mi culpa, y vuestra ira.

 

Si estáis, mi vida, enojado,

y sois fuerte como Dios,

dejadme esconder de Vos

en vuestro mismo costado.

 

Mas si lo que Job respondo,

y ha de guardarme el Infierno,

¿cómo yo, mi bien eterno,

en vuestro pecho me escondo?

 

Mas dejadme entrar allí,

que si allí me halláis, mi Dios,

lastimaros fuera a Vos

el no perdonarme a mi.

 

Vida de toda mi vida,

no de toda, que fue loca,

pero vida desta poca

a Vos tan tarde ofrecida.

 

 

 

 

Véisme aquí, dulce Señor,

enamorado, y corrido

del tiempo que no he tenido

a vuestra hermosura amor.

 

Queredme, pues tanto os quiero,

no aguardéis a que mañana

me vuelva ceniza vana,

que lleve el viento ligero.

 

Que si entonces me buscáis,

por dicha no me hallaréis,

pues que Vos solo sabéis

el término que me dais.

 

Siendo tan fiera mi culpa,

parece que os hago fieros,

perdonad si es ofenderos,

daros la vida en disculpa.

 

Vos sabéis su brevedad,

y yo se que os ofendí,

Vos sabéis lo que hay en mi,

y yo se vuestra piedad.

 

No por tener confianza,

mas porque la Fe me muestra,

que en la misma sangre vuestra

se ha de poner la esperanza.

 

Si no templáis los enojos,

tomad, Señor entre tanto

este presente de llanto

en el plato de mis ojos.

 

SOLILOQUIO SEXTO

 

Ojos ciegos, y turbados,

si pecados son venenos,

¿como estáis claros, y buenos,

después que lloráis pecados?

 

Si mis pecados lloráis,

que el alma lavar desea,

y es una cosa tan fea,

¿cómo tan claros estáis?

 

No se qué sienta de vos,

que después que habéis llorado,

tan claros habéis quedado,

que osasteis mirar a Dios.

 

En la Cruz debió de ser

donde su costado aplica

el agua, que clarifica

los ojos, que le han de ver.

 

Y aunque por lanza sacada,

no es lance que merecistes,

pues siempre que le ofendistes,

le distes otra lanzada.

 

Mas ya los tengo, Señor,

en dos mares anegados,

ya lloran por mis pecados,

ya lloran por vuestro amor.

 

Si por miraros dejaron,

echo de ver que también

por ellos gané mi bien,

pues que llorando os hallaron.

 

Llorar por satisfacción

de mis culpas, justo es,

pero tiene el interés

de conquistar el perdón.

 

Que las lágrimas, que van

a vuestra Sangre Divina,

saben correr la cortina

de los enojos que os dan.

 

Y importándome, Señor,

tanto el verlos perdonados,

más que llorar mis pecados,

me sabe llorar de amor.

 

Pésame de no tener

gran caudal para llorar,

por mi, de puro pesar,

por Vos, de puro placer.

 

Prestadme, fuentes y ríos,

vuestras eternas corrientes,

aunque en estas cinco fuentes

las hallan los ojos míos.

 

Ya, Jesús, mi corazón

no sabe más de llorar,

que le ha convertido en mar,

el mar de vuestra Pasión.

 

Hay unos hombres tan raros,

que se sustentan de olor,

¡oh quien viviera, Señor,

de llorar y de miraros!

 

Y cuando del llanto en calma,

por falta de humor quedase,

¡quien por de dentro llorase

desde los ojos al alma!

 

Para llorar he pensado,

¡oh celestial hermosura!

que no hay mejor coyuntura,

que veros descoyuntado.

 

¡Ay Dios, si os amara yo

al paso que os ofendí!

mi amor me dice que si,

y mis pecados, que no.

 

 

 

 

Si tanta pena es perderos,

y tanta gloria es ganaros,

cuando supe imaginaros,

¿cómo no supe quereros?

 

¡Oh gloria de mi esperanza,

¿cómo fue tal mi rudeza,

que dejase la firmeza,

y buscase la mudanza?

 

Mas lloraré de tal suerte

mis pecados, Cristo mío,

que mi vida vuelta en río,

corra hasta el mar de la muerte.

 

 

 

 

SOLILOQUIO SÉPTIMO

 

Hoy para rondar la puerta

de vuestro santo costado,

Señor, un alma ha llegado

de amores de un muerto, muerta.

 

Asomad el corazón,

Cristo, a esa dulce ventana,

oiréis de mi voz humana

una divina canción.

 

Cuando de Egipto salí,

y el mar del mundo pasé,

dulces versos os canté,

mil alabanzas os di.

 

Mas ahora que en Vos veo

la Tierra de Promisión,

deciros una canción

que os enamore, deseo.

 

Muerto estáis, por eso os pido

el corazón descubierto:

Para perdonar, despierto;

para castigar, dormido.

 

Si decís que está velando,

cuando Vos estáis durmiendo,

¿quien duda, que estáis oyendo

a quien os canta llorando?

Y aunque él se duerma, Señor,

el amor vive despierto:

Que no es el amor el muerto,

Vos sois el muerto de amor.

 

Que si la lanza, mi Dios,

el corazón pudo herir,

no pudo el amor morir,

que es tan vida como Vos.

 

Corazón de mi esperanza,

la puerta tenéis estrecha,

que a otros pintan con flecha,

y a vos os pintan con lanza.

 

Mas porque la lanza os cuadre,

un enamorado dijo,

que a no haber puerta en el Hijo,

¿por donde se entrará al Padre?

 

Anduve de puerta en puerta

cuando a Vos no me atreví,

pero en ninguna pedí,

que la hallase tan abierta.

 

Pues como abierto os he visto,

a Dios quise entrar por Vos,

que nadie se atreve a Dios,

sin poner delante a Cristo.

 

Y aun ese lleno de heridas,

porque sienta el Padre Eterno,

que os cuestan, Cordero tierno,

tanta sangre nuestras vidas.

 

Vuestra Madre fue mi Estrella,

que, siendo Huerto cerrado,

a vuestro abierto costado

todos llegamos por ella.

 

Ya con ansias del amor

que ese costado me muestra,

para ser estampa vuestra,

quiero abrazaros, Señor.

 

La cabeza imaginé

defendieran las espinas,

y hallé mil flores divinas,

con que el desmayo pasé.

 

Porque ya son mis amores

tan puros, y ardientes rayos,

que me han de matar desmayos,

si no me cubrís de flores.

 

Cuando a mi puerta salí

a veros, Esposo mío,

coronada de rocío

toda la cabeza os vi.

 

Mas hoy, que a la vuestra llego,

con tanta sangre salís,

que parece que decís:

Socórreme, que me anego.

 

Ya voy a vuestros abrazos

puesto que descalza estoy,

bañada en lágrimas voy,

desclavad, Jesús, los brazos.

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